miércoles, 23 de diciembre de 2009

LA ESCASEZ DE SACERDOTES: ¿POR QUÉ?

Por José María castillo

El cardenal Rouco se ha quejado de la escasez creciente de sacerdotes para atender las parroquias. Y es verdad. Cada año hay más parroquias sin párroco. Y cada año los párrocos tienen más años. Hace tiempo, un jesuita francés me dijo que él era párroco de 40 parroquias en una diócesis de Francia. ¿Cómo puede un cura atender a 40 pueblos? Y sobre todo, ¿tiene derecho la autoridad eclesiástica para organizar las cosas de forma que los fieles cristianos se vean privados de la predicación, la catequesis y los sacramentos?

Se dirá que eso no depende de la autoridad eclesiástica, sino de la falta de fe y de generosidad de los jóvenes actuales, que se dejan seducir por intereses mundanos, en lugar de estar atentos a la llamada del Señor.

Esa respuesta pone de manifiesto una lamentable ignorancia de cosas que se deberían conocer. En la Iglesia de los diez primeros siglos, la vocación para ejercer el ministerio pastoral en la Iglesia se entendía de una manera muy distinta a como se entiende ahora. En la actualidad, la vocación se entiende como la llamada de Dios, para atender a una comunidad de cristianos. Durante los primeros mil años de la vida de la Iglesia, la vocación se entendía como la llamada de la comunidad, que elegía de entre sus miembros al que consideraba más idóneo para educar en la fe a un grupo de cristianos. Esta manera de entender la vocación estaba tan clara entre los cristianos, que la condición indispensable, para que el obispo admitiera a un candidato a la ordenación para ejercer el ministerio, era no que el sujeto se ofreciera diciendo que Dios le llamaba, sino que se resistiera a ser ordenado, porque se consideraba indigno y sin cualidades para un servicio tan exigente. Esto estaba tan claro y era tan normal en aquellos siglos, que, como está muy bien documentado, en aquellos tiempos se hablaba de las ordenaciones "invitus" y "coactus". Es decir, lo normal era la ordenación de los que "no querían y se resistían". Esos eran los que daban garantías de que Dios los quería para ejercer el ministerio pastoral. Los testimonios, en este sentido, son interminables: santos como Cipriano, Gregorio Nacianceno, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Agustín, Gregorio Magno, etc. Además, así lo decretaban los sínodos y los concilios, los cánones y los decretos de la jerarquía. Esta documentación quedó recogida en el Decreto de Graciano, en el s. XI (c. 9, q. 1 C. VIII, col. 592): "El gobierno: de la misma manera que se ha de negar a los que lo desean, debe ofrecerse a los que huyen de él"(cf. Y. Congar: Rev.Sc.Ph.Th. 50 (1966) 169-197). La Iglesia estaba convencida de que su peor enemigo eran los "trepas", los que buscan subir y alcanzar puestos, cargos, dignidades...., por más que ellos aseguren que desean todo eso "para servir a la Iglesia". Es mentira. Lo que desean, los que desean subir, es subir y ser importantes. Así de sencillo, así de claro y así de duro. En la Iglesia faltan curas porque las autoridades de la Iglesia han puesto unas condiciones que no permiten otra cosa. Tenemos lo que la Iglesia ha optado que tengamos. En la Iglesia no tienen por qué faltar sacerdotes. El día que se enferma, se va o se muere un cura, que la comunidad parroquial se reúna, que vea el que mejor puede hacerlo, que lo presente al obispo. No importa que esté casado o que sea soltero. Puede ser un hombre o una mujer. Y luego, que lo preparen durante el tiempo que necesite para aprender lo que necesita. Y nada más. No tiene que ser un teólogo. Tiene que ser un hombre honrado, evangélico, valorado como creyente por quienes lo conocen bien. Y que la comunidad, si es necesario, lo obligue a aceptar. Que viva de su trabajo, de su profesión... La Iglesia necesitaría mucho menos dinero para pagar a los curas. Que en cada parroquia haya un grupo de colaboradores y co-responsables de la marcha de la parroquia. Y no habría problema en nada de eso. Y lo que digo de las parroquias, que se aplique lo mismo a las diócesis. Cuando el obispo se jubile, que la comunidad diocesana elija al sucesor. Y que los obispos de las diócesis vecinas lo ordenen de obispo. Como se hizo en la Iglesia durante diez siglos. Se acabarían los ascensos, las prebendas, la mayoría de los gastos. Y la Iglesia sería asunto de todos y no sólo del clero. ¿Principio de unión? La fe, el Espíritu del Señor, la forma de vida que brota del Evangelio. Y se acabó el sacerdocio como carrera. Y el obispado como premio o como tentación para llegar a ser importante. Todo eso no tiene nada que ver con el Espíritu de Jesucristo.






"La paz es posible si tod @ s asumimos las tareas responsablemente"

Samuel Ruiz

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