La crisis: el silencio de las religiones
26.06.11 | 14:24. Archivado en Iglesia católica
José Maria Castillo
José Maria Castillo
Una de las cosas más extrañas, que están sucediendo en España ahora mismo, es el silencio que mantienen las religiones ante la crisis (económica y política) tan delicada y difícil que estamos viviendo en nuestro país y en toda Europa. En privado, todo el mundo opina sobre estas cosas. Pero, como instituciones, ni la Iglesia, ni el Islam, ni ninguna de las otras confesiones dicen algo que nos pueda orientar, a quienes tenemos creencias religiosas, en una situación tan oscura y tan preocupante. Sabemos perfectamente que los “hombres de la religión” levantan la voz cuando están en juego sus propios intereses económicos o sus privilegios legales o políticos. Entonces, ¿por qué se callan cuando lo que se plantea es el paro de más de cuatro millones de ciudadanos o el debido respeto a los derechos fundamentales de extranjeros, de presos, de enfermos en listas de espera, de jóvenes sin trabajo y sin futuro o cuando hablamos de situaciones de auténtica esclavitud?
Por supuesto, yo entiendo perfectamente que las religiones no sepan qué decir en una situación como ésta. Porque el problema de fondo que se debate - el problema que han planteado las concentraciones de los “indignados” en las plazas de nuestras ciudades - es el problema de la democracia. O, para decirlo con más precisión, el problema que consiste en saber cómo podemos recuperar y poner en práctica los ideales y las aspiraciones de la más auténtica democracia participativa, la democracia en la que los ciudadanos podamos participar de verdad y efectivamente en la toma de las decisiones políticas y económicas que nos afectan a todos. Pero, entonces, si ése es el problema más serio que se plantea en este momento, ¿qué nos van a decir sobre ese asunto unas instituciones - tal es el caso de las grandes confesiones religiosas - que no son en absoluto democráticas? Es más, ni lo son, ni pueden serlo. Porque las religiones, por su misma razón de ser, se explican y funcionan a partir de un Absoluto, representado en la tierra por hombres “sagrados” y “consagrados”, que, si quieren ser fieles a su sagrada misión en el mundo, no tienen más remedio que transmitir a sus fieles verdades absolutas y decisiones divinas, ante las que nadie puede rechistar. Por eso entiendo perfectamente que lo mejor que pueden hacer los “hombres de la religión”, en una situación como ésta, es quedarse callados y no opinar. Porque, ¿qué pueden opinar sobre la “participación popular” quienes tienen su razón de ser en la “intervención divina”?