lunes, 10 de septiembre de 2012

Curar la Sordera (Marcos 7,31-37)




José Antonio Pagola

La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.
También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.
Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: "Effetá", es decir, "Abrete". Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino a su corazón.
Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades y se proclaman mensajes muy positivos, pero no tocan el corazón de las personas.
Algo de esto está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando "doctrina social" de los especialistas, pero escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evangelio y pronunciada por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, que sale instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.







" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

lunes, 16 de julio de 2012


Evangelización Nueva
(Marcos 6,7-13)
José Antonio Pagola

En la Iglesia se siente hoy la necesidad de una nueva evangelización. ¿En qué puede consistir? ¿Dónde puede estar su novedad? ¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la intención de Jesús al enviar a sus discípulos a prolongar su tarea evangelizadora? El relato de Marcos deja claro que solo Jesús es la fuente, el inspirador y el modelo de la acción evangelizadora de sus seguidores. Estos actuarán con su autoridad. No harán nada en nombre propio. Son "enviados" de Jesús. No se predicarán a sí mismos: solo anunciarán su Evangelio. No tendrán otros intereses: solo se dedicarán a abrir caminos al reino de Dios.

La única manera de impulsar una "nueva evangelización" es purificar e intensificar esta vinculación con Jesús. No habrá nueva evangelización si no hay nuevos evangelizadores, y no habrá nuevos evangelizadores si no hay un contacto más vivo, lúcido y apasionado con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el mundo.

Al enviarlos, Jesús no deja a sus discípulos abandonados a sus fuerzas. Les da su "autoridad", que no es un poder para controlar, gobernar o dominar a los demás, sino su fuerza para"expulsar espíritus inmundos", liberando a las gentes de lo que esclaviza, oprime y deshumaniza a las personas y a la sociedad.

Los discípulos saben muy bien qué les encarga Jesús. Nunca lo han visto gobernando a nadie. Siempre lo han conocido curando heridas, aliviando el sufrimiento, regenerando vidas, liberando de miedos, contagiando confianza en Dios. "Curar" y "liberar" son tareas prioritarias en la actuación de Jesús. Darían un rostro radicalmente diferente a nuestra evangelización.

Jesús los envía con lo necesario para caminar. Según Marcos, solo llevarán "bastón, sandalias y una túnica". No necesitan de más para ser testigos de lo esencial. Jesús los quiere ver libres y sin ataduras; siempre disponibles, sin instalarse en el bienestar; confiando en la fuerza del Evangelio.

Sin recuperar este estilo evangélico, no hay nueva evangelización. Lo importante no es poner en marcha nuevas actividades y estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras y servidumbres que nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial del Evangelio con verdad y sencillez.

La Iglesia ha perdido ese estilo itinerante que sugiere Jesús. Su caminar es lento y pesado. No acierta a acompañar a la humanidad. No tenemos agilidad para pasar de una cultura a otra. Nos agarramos al poder que hemos tenido. Nos enredamos en intereses que no coinciden con el reino de Dios. Necesitamos conversión.





" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

José Antonio Pagola

Jesús no es un sacerdote del Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de un profeta movido por el Espíritu de Dios.

Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.

El rechazo de Jesús en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de un grupo de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos no saben qué pensar.

Al llegar el sábado, Jesús entra en la pequeña sinagoga del pueblo y “empieza a enseñar”. Sus vecinos y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar? Marcos dice que todo “les resultaba escandaloso”. ¿Por qué?

Aquellos campesinos creen que lo saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de acogerlo tal como se presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.

Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.

Los cristianos tenemos imágenes bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él. Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o distorsionada.

¿Por qué nos esforzamos tan poco en conocer a Jesús? ¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos? ¿Por qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un Profeta? ¿Tal vez intuimos que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente su Iglesia?







" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

martes, 1 de mayo de 2012

Va con nosotros (Juan 10,11-18)





José Antonio Pagola


 

El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.

No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas.

El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.

miércoles, 18 de abril de 2012

Testigos (Lucas 24,35-48)

Testigos (Lucas 24,35-48)
José Antonio Pagola

Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de "testigos" capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: "Vosotros sois mis testigos". No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: "Paz a vosotros... ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?".

Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: "Soy yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.




" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

domingo, 25 de marzo de 2012

UNA NOTICIA DIFERENTE

25 de marzo de 2012
5 Cuaresma (B)
Juan 12,20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la Fiesta, había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el  de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre,  glorifica tu nombre.  Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.  La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.  Jesús tomó la palabra y dijo: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

EL ATRACTIVO DE JESÚS
José Antonio Pagola
Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien.
A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos  griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea  crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria. Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste: «Cuando  yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». ¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga ese
poder de atracción? Sólo una cosa: su amor increíble a todos. El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en  Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo  empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos  sentimos amados por Dios. Para explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos  entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano  muere, germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su energía vital,  permanece estéril. Esta bella imagen nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma moral. No es una  ley impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es una idea
repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida. No es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo  una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta  y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida.

 Pagola

" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz