miércoles, 12 de mayo de 2010

La horrible verdad detrás de La Compañía

2010-05-09
Milenio semanal

Discurso de José Barba Martín, el nueve de octubre de 2002, en el Palais Wilson de Ginebra, Suiza, durante la sesión de los Derechos Humanos de los Niños y Jóvenes de las Naciones Unidas. El autor señala que, cuando menos por la presión internacional, al día de hoy el Vaticano y las Iglesias locales han modificado de alguna manera sus actitudes descritas en este discurso.








José Barba Martín. Foto: René Soto



Señoras y Señores de este Comité de Derechos Humanos de los Niños y de los Jóvenes:



Estoy aquí para rendir un testimonio y para someter abiertamente a su consideración una queja muy seria contra ciertos representantes vaticanos de la Iglesia Católica. Hace muchos años, cuando yo era un joven estudiante en Roma, mi acción de ahora me habría parecido inimaginable y casi sacrílega.



Mi nombre es José Barba Martín. Soy mexicano y, a una edad muy temprana, caí bajo la influencia de la institución religiosa hoy conocida como “Legión de Cristo”, la cual ha tenido sus oficinas centrales en Roma, a una corta distancia del Vaticano, desde 1950. La congregación se ha asentado en muchos otros países; ostenta considerable poder económico y prestigio social, y su fundador y director general, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, a pesar de acusaciones extremadamente graves en su contra, es considerado como socio y amigo muy cercano de su Santidad Juan Pablo II.



En 1954 fui a Roma por primera vez. Casi al principio de mi vida, en el Collegio Massimo de la Legión de Cristo en Via Aurelia 677, de manera desafortunada aunque similar a la de muchos otros de mis compañeros de estudio, me convertí en objeto de abuso sexual del mencionado Padre Marcial Maciel. Dado el sigilo prevalente en nuestra comunidad religiosa y bajo el peso de un sistema opresivo de control mental, luego de años de adoctrinamiento espiritual y psicológico, lejos de mi país y de mi familia, aislado y sin contacto con el mundo inmediato, y engañado por nuestro superior general bajo el pretexto de sufrir él una enfermedad urogenital y de tener por ello dispensa del Papa Pío XII para aliviar sus dolores sexuales, muchos de nosotros, inocentes extranjeros y adolescentes jóvenes, fuimos repetidamente victimados por el Padre Maciel.

Como cada individuo se hallaba confundido, con sentimientos extraños de culpa personal, pensando que su caso había sido el único, muchos de nosotros permanecimos en silencio por décadas. De hecho, a mediados de noviembre de 1956 y de nuevo en febrero de 1957, nosotros, como miembros de la Legión de Cristo, fuimos interrogados por los dos más altos representantes de la Orden Carmelitana, bajo las órdenes directas de su eminencia el Cardenal Valerio Valeri, en ese tiempo Prefecto de la Sagrada Congregación para las Órdenes Religiosas. Antes de la llegada de los visitadores, nuestros superiores legionarios con gran sutileza nos insinuaron que los Visitadores Apostólicos albergaban malas intenciones contra la Legión de Cristo. Así, a pesar de estar bajo juramento especial y con la mano diestra sobre el Crucifijo, nos inhibió el miedo, nos cegó el adoctrinamiento y, por ello, mentimos ante los enviados papales, frustrando así la investigación.

Años después, cuando nos recuperamos psicológicamente y pudimos desechar nuestra aún firme dependencia del control de los superiores legionarios, una incipiente comunicación entre antiguos miembros de la Legión de Cristo nos reveló que el número de víctimas de abuso sexual por parte del Padre Marcial Maciel era muy grande y espiritualmente devastador. Debo decir que es imposible que los extensos abusos sexuales del Padre Maciel pudieran haber sucedido sin el encubrimiento y sin la colaboración de, al menos, algunos de sus más cercanos en la institución.


 

No estoy aquí movido o motivado por la ola de acusaciones contra sacerdotes pedófilos o efebófilos en los Estados Unidos que algunos irresponsables citan como asunto de moda. De nuestra propia voluntad denunciamos esto con ayuda de los medios desde 1997, gracias particularmente a la ayuda de dos ejemplares y dedicados periodistas estadunidenses, Jason Berry y Gerald Renner. Salvador Guerrero y Ciro Gómez-Leyva, en México, nos abrirían más espacios después. Por esas revelaciones algunos miembros de la jerarquía católica mexicana nos atacarían agresivamente sin siquiera escucharnos de primera mano.




Marcial Maciel con el papa Juan Pablo II en su primera visita a México Foto: Regnumchristi.com



Así, gradualmente y por décadas —una vez que nos dimos cuenta de la enorme extensión y gravedad de este caso injusto e inmoral— algunos entre nuestro grupo de víctimas, en secreto y con discreción hemos estado informando del caso a miembros prominentes de la jerarquía católica. La respuesta que recibimos de ellos casi siempre ha sido la misma: “Dejen todo al juicio de Dios”.



Un ex sacerdote, antes director territorial de la Legión de Cristo en Estados Unidos y ahora profesor de psicología en el Mercy College de la ciudad de Nueva York, el profesor Juan José Vaca, fue —hasta donde ahora sabemos— el primero en confrontar al Padre Maciel. Primero por medio de una fuerte carta acusatoria de octubre de 1976, seguida de una segunda carta, pero dirigida al Papa, en 1983: Esto con la asistencia de monseñor McGann, obispo de Rockville, Nueva York. El testimonio del profesor Vaca fue corroborado por el padre Félix Alarcón, un sacerdote en activo y de buena reputación de la diócesis de Naples, Florida.



Luego de un programa televisado en la Ciudad de México, el 12 de mayo de 1997, fuimos acusados por el Padre Marcial Maciel y por voceros de la Legión de Cristo de maquinar una conspiración. El 17 de octubre de 1998 el doctor Arturo Jurado, ex legionario que está aquí hoy entre nosotros, y yo, como representantes legales de los quejosos ante el Vaticano, acompañados por el padre Antonio Roqueñí, juez eclesiástico, y de nuestra abogada canonista, la doctora Martha Wegan, presentamos el caso ante el padre Gianfranco Girotti, subsecretario del cardenal Josef Ratzinger, prefecto para la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Nuestras acusaciones contra el Padre Marcial Maciel no estaban sujetas a prescripción legal según el Derecho Canónico.



Nunca recibimos acuse de recibo del envío del kilo y medio de testimonios firmados y notariados alusivos al caso. Nunca nos dieron audiencia para descargo de pruebas. Nadie con autoridad fue enviado a escuchar nuestras quejas. Diez meses después de la presentación oficial en latín de nuestra queja, en febrero de 1999, y sólo ante una intensa insistencia ante nuestra abogada, recibimos una carta de ella, fechada del 24 de diciembre de 1999. Simplemente decía, de parte del subsecretario del Cardenal Josef Ratzinger, que pro nunc (en latín, “por ahora”) nuestro caso estaba detenido. Sin más explicaciones. Los medios internacionales comentarían después sobre la que consideraban actitud encubridora del cardenal Josef Ratzinger a los crímenes del Padre Maciel, y sobre su dura respuesta a Brian Ross, como se vio en el programa de ABC, 20/20, de Barbara Walters, de mayo de este año.





Foto: Cathal Mcnaughton / Reuters



Tristemente constatamos: que los representantes de la Iglesia firman muchos acuerdos sobre la defensa de los Derechos Humanos aquí y allá por el mundo. Sin embargo, cuando se trata de investigar la verdad, de aplicar imparcialmente la justicia y de demostrar preocupación real y creíble por las víctimas de abuso de varios tipos, particularmente por miembros prominentes del clero, la Iglesia prefiere fingir ceguera, ejercer demoras sin explicación, mantener el silencio, y sólo pedir perdón de sus actos o errores que sucedieron hace siglos contra gente hace mucho desaparecida, para distraer la atención de sus problemas actuales. Además, señala y castiga a los buenos sacerdotes que luchan en favor de la verdad y por la justicia para las víctimas. El cardenal Norberto Rivera, arzobispo de la Ciudad de México, ha despedido y aislado al padre Antonio Roqueñí, doctor en derecho canónico y juez eclesiástico, por habernos acompañado al Vaticano en 1998. El padre Alberto Athié, sacerdote mexicano muy prestigioso, secretario que fue del Episcopado mexicano y de la Conferencia Nacional para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, también fue penalizado por avalar el testimonio de varios de nuestros compañeros.



El cinco de diciembre de 1994 la Legión de Cristo publicó una carta del Papa en siete de los diarios más importantes de México. En ella el Papa loaba a Marcial Maciel como “modelo para la juventud según las enseñanzas de Cristo...”. En respuesta, ocho de nosotros, antiguas víctimas del Padre Maciel, publicamos una carta abierta a Su Santidad y la entregamos, debidamente firmada, al nuncio papal en México. Jamás tuvimos respuesta. Previamente, en febrero de 1995, habíamos enviado otra carta a su eminencia el cardenal Cahil Daly, primado de Irlanda. Luego de la investigación de un periodista, este eclesiástico afirmó haberla recibido. No obtuvimos respuesta. Pero su eminencia había dicho ante la TV de la BBC de Londres, el primero de enero del mismo año, que jamás toleraría a sacerdotes abusadores sexuales en su jurisdicción. Así, la Iglesia ha llenado al mundo de declaraciones: desde junio de 1993 el arzobispo William Keeler, presidente de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos, declaró que el Papa “ha tomado a pecho nuestra preocupación por las víctimas de los abusos de sacerdotes...”, etcétera. Y añadió: “usaremos los medios a nuestro alcance para revertir estos escándalos...” (Davis Briggs, “Pope seeks committee on Sex abuse problem”, The Monterey Herald (California), 19.06.1993). Ya desde diciembre de 1975, el cardenal Franjo Séper y monseñor Jerome Hammer, obispo de Lorium, en ese tiempo prefecto y secretario, respectivamente, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmaron una “Declaración sobre ciertas cuestiones de ética sexual”, la cual concluye diciendo que los “niños y adolescentes tienen el derecho de ser estimulados para apreciar los valores morales con una conciencia recta y para adherirse a ellos (...). E insistentemente rogamos a los hombres que ocupan puestos de gobierno en el mundo o que dirigen la educación del pueblo para que velen por que la juventud nunca sea privada de ese derecho sagrado”.



El Papa mismo, en su carta encíclica Veritatis splendor del seis de agosto de 1993, nos recuerda que “Los preceptos negativos de la ley Natural tienen validez universal; que obligan a todos y a cada uno siempre y en toda circunstancia. Es un asunto, sin duda, de mandato divino que prohíbe ciertas acciones “semper et pro semper” (siempre y sin excepción) (...) Violar estos preceptos vinculantes para todos y para cada uno está prohibido siempre, sin importar qué tan difícil pueda ser esta práctica: no ofender a nadie y, sobre todo, no manchar en lo propio la dignidad personal que nos es común a todos”. Y continúa: “Para que el esplendor de la verdad moral no sea obscurecido por el comportamiento y la mentalidad de la gente (...) de tal manera que no sólo en la sociedad civil sino en la comunidad de la Iglesia no haya daño de caer en la peor crisis que afecta al hombre: la confusión del bien con el mal, lo que vuelve imposible construir y salvaguardar el orden moral entre individuos y comunidades”.



Después de esto, el mundo ha sido testigo de las revelaciones hechas por los medios de comunicación, a pesar de la obvia resistencia y de las tácticas de encubrimiento de la mayoría de los altos jerarcas eclesiásticos involucrados en los escándalos de abuso sexual de religiosas en África, de menores en Australia, en Estados Unidos y en México por parte de miembros del clero.



Con pesar debo añadir que el caso del Padre Marcial Maciel no ha sido sólo un asunto de abuso de menores, sino (y tenemos abundantes testimonios) también del mal ejemplo de una prolongada adicción a la morfina, conocida en él por muchos de nosotros, y de un vicio irredento de mentir siempre. Es un poderoso maestro del engaño.



Mis antiguos compañeros y yo reclamamos como pertinente y cotejable aquí, de cierto modo, la actitud de Sócrates: “Porque, si es verdad que yo (...) he corrompido a la juventud, que yo he corrompido a algunos, entonces quienes ya han crecido y han concluido que les di malos ejemplos o malos consejos cuando eran jóvenes, tienen el derecho de dar un paso adelante y señalarme...” (Apología, según Platón).




El arzobispo William Keeler. Foto: Archivo



Lamento que tantas esperanzas y límpidos recuerdos nuestros se hayan quebrantado cuando descubrimos la doble vida del padre Maciel y su personalidad real. Si él fuera lo que en el inicio creímos de él, entonces le habríamos sido fieles en beneficio de muchas almas. Lo que yo lamento más personalmente es que él, líder a quien yo me había confiado como guía de mi crecimiento espiritual y de mi salvación, ha sido quien más ha dañado mi fe en la Iglesia.



Pero la milenaria dual naturaleza de la Iglesia Católica, que se mezcla con la Humanidad como encarnación de la salvación religiosa al mismo tiempo que se encierra selectivamente, cuando le es conveniente, en la ciudadela de su soberanía como Ciudad-Estado, le permite convertir, a su discreción, el “crimen” en “pecado”. Con este simple acto de transubstanciación conceptual, le quita a la gente su capacidad y derecho de buscar la justicia en su propio seno, a pesar de las muy aclamadas y predicadas virtudes del Derecho Canónico. Y, por esta transubstanciación, la Iglesia obtiene un enorme poder frente al hombre y la mujer comunes; y nosotros, ciudadanos de cualquier país al que pertenezcamos, quedamos disminuidos y salimos perdiendo proporcionalmente, pero ineludible e irremediablemente en nuestra vida.



Así, creyendo en los valores eternos de la Iglesia y a pesar de las repetidas proclamas de su Defensa de los Derechos Humanos, nosotros como católicos llegamos al siglo XXI aún bajo un sistema de Derecho Canónico desventajoso que en muchos aspectos vitales nos hace permanecer en el Medioevo. O ¿debemos adscribir la culpa no a su sistema legal sino a su injusto sentido de la discrecionalidad en la aplicación de sus leyes? ¿No niega y atenta contra la verdadera naturaleza de la Ley esta ruptura de la aplicación justa, universal e imparcial de la misma? Los gobiernos del mundo deberían revisar sus concordatos y acuerdos firmados supuestamente con la aquiescencia de la Iglesia mientras ésta rehúya confrontar los casos de impunidad criminal entre sus propias filas e instituciones.



Si ustedes, damas y caballeros, miembros del Comité de las Naciones Unidas de los Derechos Humanos de la Infancia y Juventud, investigaran tenaz y objetivamente, encontrarían lo siguiente: que el caso del Padre Marcial Maciel frente al Papa y la Santa Sede constituye una piedra de toque de la credibilidad en la buena fe de la Iglesia en temas relacionados con los problemas pandémicos del abuso sexual en sus rangos e instituciones.



Si ustedes, señoras y señores de este Comité, personas capaces y responsables, ahondaran más allá de las imágenes aparentemente carismáticas del Padre Marcial Maciel y de la Legión de Cristo, encontrarían, como en la novela de John Grisham titulada La empresa, que “la compañía, detrás de su cautivadora fachada, escondía una verdad horrenda”.



Gracias por su atención.

 

" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

No hay comentarios: