miércoles, 12 de mayo de 2010

El control total de las conciencias

Eugenia Jiménez Cáliz
En más de mil artículos seguidos con fanatismo por los Legionarios de Cristo, se establece la inapelable obediencia a los superiores y el control estricto de su vida, pero también el de sus bienes, salario y propiedades.

2010-05-09
Milenio semanal
Ceremonia de consagración de cuatro señoritas en la Parroquia de Santa María de Caná en Madrid. Foto: Regnumchristi.com

Las revelaciones de la doble vida del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, abrió la caja de Pandora que obligó al Vaticano a buscar una redefinición de la congregación. Su encomienda no acaba allí: en los próximos meses, por disposición del papa Benedicto XVI, se revisará la normatividad del Regnum Christi, el movimiento de católicos creado por el michoacano para tener un control total de la conciencia de sus “soldados rasos” y un ingreso de miles y miles de dólares a cambio del camino a la perfección.
Como un pescador profesional, Marcial Maciel estableció normas de sumisión absoluta para “pescar a los hombres perfectos”, y en sus estatutos secretos con mil 57 artículos —una copia obra en manos de M Semanal—, estableció que sólo pueden ser dignos de integrarse al Regnum Christi aquéllos que no sean adictos al “alcohol” o a “la droga”, que no “padezcan graves desórdenes psíquicos o anomalías en la conducta sexual”, que “estén libres de ambiciones terrenas y no participen en actos públicos o civiles, políticos o sindicales, sólo en sociedades privadas, con plena responsabilidad jurídica y civil”.

La horrible verdad detrás de La Compañía

2010-05-09
Milenio semanal

Discurso de José Barba Martín, el nueve de octubre de 2002, en el Palais Wilson de Ginebra, Suiza, durante la sesión de los Derechos Humanos de los Niños y Jóvenes de las Naciones Unidas. El autor señala que, cuando menos por la presión internacional, al día de hoy el Vaticano y las Iglesias locales han modificado de alguna manera sus actitudes descritas en este discurso.








José Barba Martín. Foto: René Soto



Señoras y Señores de este Comité de Derechos Humanos de los Niños y de los Jóvenes:



Estoy aquí para rendir un testimonio y para someter abiertamente a su consideración una queja muy seria contra ciertos representantes vaticanos de la Iglesia Católica. Hace muchos años, cuando yo era un joven estudiante en Roma, mi acción de ahora me habría parecido inimaginable y casi sacrílega.



Mi nombre es José Barba Martín. Soy mexicano y, a una edad muy temprana, caí bajo la influencia de la institución religiosa hoy conocida como “Legión de Cristo”, la cual ha tenido sus oficinas centrales en Roma, a una corta distancia del Vaticano, desde 1950. La congregación se ha asentado en muchos otros países; ostenta considerable poder económico y prestigio social, y su fundador y director general, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, a pesar de acusaciones extremadamente graves en su contra, es considerado como socio y amigo muy cercano de su Santidad Juan Pablo II.



En 1954 fui a Roma por primera vez. Casi al principio de mi vida, en el Collegio Massimo de la Legión de Cristo en Via Aurelia 677, de manera desafortunada aunque similar a la de muchos otros de mis compañeros de estudio, me convertí en objeto de abuso sexual del mencionado Padre Marcial Maciel. Dado el sigilo prevalente en nuestra comunidad religiosa y bajo el peso de un sistema opresivo de control mental, luego de años de adoctrinamiento espiritual y psicológico, lejos de mi país y de mi familia, aislado y sin contacto con el mundo inmediato, y engañado por nuestro superior general bajo el pretexto de sufrir él una enfermedad urogenital y de tener por ello dispensa del Papa Pío XII para aliviar sus dolores sexuales, muchos de nosotros, inocentes extranjeros y adolescentes jóvenes, fuimos repetidamente victimados por el Padre Maciel.

Como cada individuo se hallaba confundido, con sentimientos extraños de culpa personal, pensando que su caso había sido el único, muchos de nosotros permanecimos en silencio por décadas. De hecho, a mediados de noviembre de 1956 y de nuevo en febrero de 1957, nosotros, como miembros de la Legión de Cristo, fuimos interrogados por los dos más altos representantes de la Orden Carmelitana, bajo las órdenes directas de su eminencia el Cardenal Valerio Valeri, en ese tiempo Prefecto de la Sagrada Congregación para las Órdenes Religiosas. Antes de la llegada de los visitadores, nuestros superiores legionarios con gran sutileza nos insinuaron que los Visitadores Apostólicos albergaban malas intenciones contra la Legión de Cristo. Así, a pesar de estar bajo juramento especial y con la mano diestra sobre el Crucifijo, nos inhibió el miedo, nos cegó el adoctrinamiento y, por ello, mentimos ante los enviados papales, frustrando así la investigación.

Años después, cuando nos recuperamos psicológicamente y pudimos desechar nuestra aún firme dependencia del control de los superiores legionarios, una incipiente comunicación entre antiguos miembros de la Legión de Cristo nos reveló que el número de víctimas de abuso sexual por parte del Padre Marcial Maciel era muy grande y espiritualmente devastador. Debo decir que es imposible que los extensos abusos sexuales del Padre Maciel pudieran haber sucedido sin el encubrimiento y sin la colaboración de, al menos, algunos de sus más cercanos en la institución.


 

No estoy aquí movido o motivado por la ola de acusaciones contra sacerdotes pedófilos o efebófilos en los Estados Unidos que algunos irresponsables citan como asunto de moda. De nuestra propia voluntad denunciamos esto con ayuda de los medios desde 1997, gracias particularmente a la ayuda de dos ejemplares y dedicados periodistas estadunidenses, Jason Berry y Gerald Renner. Salvador Guerrero y Ciro Gómez-Leyva, en México, nos abrirían más espacios después. Por esas revelaciones algunos miembros de la jerarquía católica mexicana nos atacarían agresivamente sin siquiera escucharnos de primera mano.




Marcial Maciel con el papa Juan Pablo II en su primera visita a México Foto: Regnumchristi.com



Así, gradualmente y por décadas —una vez que nos dimos cuenta de la enorme extensión y gravedad de este caso injusto e inmoral— algunos entre nuestro grupo de víctimas, en secreto y con discreción hemos estado informando del caso a miembros prominentes de la jerarquía católica. La respuesta que recibimos de ellos casi siempre ha sido la misma: “Dejen todo al juicio de Dios”.



Un ex sacerdote, antes director territorial de la Legión de Cristo en Estados Unidos y ahora profesor de psicología en el Mercy College de la ciudad de Nueva York, el profesor Juan José Vaca, fue —hasta donde ahora sabemos— el primero en confrontar al Padre Maciel. Primero por medio de una fuerte carta acusatoria de octubre de 1976, seguida de una segunda carta, pero dirigida al Papa, en 1983: Esto con la asistencia de monseñor McGann, obispo de Rockville, Nueva York. El testimonio del profesor Vaca fue corroborado por el padre Félix Alarcón, un sacerdote en activo y de buena reputación de la diócesis de Naples, Florida.



Luego de un programa televisado en la Ciudad de México, el 12 de mayo de 1997, fuimos acusados por el Padre Marcial Maciel y por voceros de la Legión de Cristo de maquinar una conspiración. El 17 de octubre de 1998 el doctor Arturo Jurado, ex legionario que está aquí hoy entre nosotros, y yo, como representantes legales de los quejosos ante el Vaticano, acompañados por el padre Antonio Roqueñí, juez eclesiástico, y de nuestra abogada canonista, la doctora Martha Wegan, presentamos el caso ante el padre Gianfranco Girotti, subsecretario del cardenal Josef Ratzinger, prefecto para la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Nuestras acusaciones contra el Padre Marcial Maciel no estaban sujetas a prescripción legal según el Derecho Canónico.



Nunca recibimos acuse de recibo del envío del kilo y medio de testimonios firmados y notariados alusivos al caso. Nunca nos dieron audiencia para descargo de pruebas. Nadie con autoridad fue enviado a escuchar nuestras quejas. Diez meses después de la presentación oficial en latín de nuestra queja, en febrero de 1999, y sólo ante una intensa insistencia ante nuestra abogada, recibimos una carta de ella, fechada del 24 de diciembre de 1999. Simplemente decía, de parte del subsecretario del Cardenal Josef Ratzinger, que pro nunc (en latín, “por ahora”) nuestro caso estaba detenido. Sin más explicaciones. Los medios internacionales comentarían después sobre la que consideraban actitud encubridora del cardenal Josef Ratzinger a los crímenes del Padre Maciel, y sobre su dura respuesta a Brian Ross, como se vio en el programa de ABC, 20/20, de Barbara Walters, de mayo de este año.





Foto: Cathal Mcnaughton / Reuters



Tristemente constatamos: que los representantes de la Iglesia firman muchos acuerdos sobre la defensa de los Derechos Humanos aquí y allá por el mundo. Sin embargo, cuando se trata de investigar la verdad, de aplicar imparcialmente la justicia y de demostrar preocupación real y creíble por las víctimas de abuso de varios tipos, particularmente por miembros prominentes del clero, la Iglesia prefiere fingir ceguera, ejercer demoras sin explicación, mantener el silencio, y sólo pedir perdón de sus actos o errores que sucedieron hace siglos contra gente hace mucho desaparecida, para distraer la atención de sus problemas actuales. Además, señala y castiga a los buenos sacerdotes que luchan en favor de la verdad y por la justicia para las víctimas. El cardenal Norberto Rivera, arzobispo de la Ciudad de México, ha despedido y aislado al padre Antonio Roqueñí, doctor en derecho canónico y juez eclesiástico, por habernos acompañado al Vaticano en 1998. El padre Alberto Athié, sacerdote mexicano muy prestigioso, secretario que fue del Episcopado mexicano y de la Conferencia Nacional para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, también fue penalizado por avalar el testimonio de varios de nuestros compañeros.



El cinco de diciembre de 1994 la Legión de Cristo publicó una carta del Papa en siete de los diarios más importantes de México. En ella el Papa loaba a Marcial Maciel como “modelo para la juventud según las enseñanzas de Cristo...”. En respuesta, ocho de nosotros, antiguas víctimas del Padre Maciel, publicamos una carta abierta a Su Santidad y la entregamos, debidamente firmada, al nuncio papal en México. Jamás tuvimos respuesta. Previamente, en febrero de 1995, habíamos enviado otra carta a su eminencia el cardenal Cahil Daly, primado de Irlanda. Luego de la investigación de un periodista, este eclesiástico afirmó haberla recibido. No obtuvimos respuesta. Pero su eminencia había dicho ante la TV de la BBC de Londres, el primero de enero del mismo año, que jamás toleraría a sacerdotes abusadores sexuales en su jurisdicción. Así, la Iglesia ha llenado al mundo de declaraciones: desde junio de 1993 el arzobispo William Keeler, presidente de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos, declaró que el Papa “ha tomado a pecho nuestra preocupación por las víctimas de los abusos de sacerdotes...”, etcétera. Y añadió: “usaremos los medios a nuestro alcance para revertir estos escándalos...” (Davis Briggs, “Pope seeks committee on Sex abuse problem”, The Monterey Herald (California), 19.06.1993). Ya desde diciembre de 1975, el cardenal Franjo Séper y monseñor Jerome Hammer, obispo de Lorium, en ese tiempo prefecto y secretario, respectivamente, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmaron una “Declaración sobre ciertas cuestiones de ética sexual”, la cual concluye diciendo que los “niños y adolescentes tienen el derecho de ser estimulados para apreciar los valores morales con una conciencia recta y para adherirse a ellos (...). E insistentemente rogamos a los hombres que ocupan puestos de gobierno en el mundo o que dirigen la educación del pueblo para que velen por que la juventud nunca sea privada de ese derecho sagrado”.



El Papa mismo, en su carta encíclica Veritatis splendor del seis de agosto de 1993, nos recuerda que “Los preceptos negativos de la ley Natural tienen validez universal; que obligan a todos y a cada uno siempre y en toda circunstancia. Es un asunto, sin duda, de mandato divino que prohíbe ciertas acciones “semper et pro semper” (siempre y sin excepción) (...) Violar estos preceptos vinculantes para todos y para cada uno está prohibido siempre, sin importar qué tan difícil pueda ser esta práctica: no ofender a nadie y, sobre todo, no manchar en lo propio la dignidad personal que nos es común a todos”. Y continúa: “Para que el esplendor de la verdad moral no sea obscurecido por el comportamiento y la mentalidad de la gente (...) de tal manera que no sólo en la sociedad civil sino en la comunidad de la Iglesia no haya daño de caer en la peor crisis que afecta al hombre: la confusión del bien con el mal, lo que vuelve imposible construir y salvaguardar el orden moral entre individuos y comunidades”.



Después de esto, el mundo ha sido testigo de las revelaciones hechas por los medios de comunicación, a pesar de la obvia resistencia y de las tácticas de encubrimiento de la mayoría de los altos jerarcas eclesiásticos involucrados en los escándalos de abuso sexual de religiosas en África, de menores en Australia, en Estados Unidos y en México por parte de miembros del clero.



Con pesar debo añadir que el caso del Padre Marcial Maciel no ha sido sólo un asunto de abuso de menores, sino (y tenemos abundantes testimonios) también del mal ejemplo de una prolongada adicción a la morfina, conocida en él por muchos de nosotros, y de un vicio irredento de mentir siempre. Es un poderoso maestro del engaño.



Mis antiguos compañeros y yo reclamamos como pertinente y cotejable aquí, de cierto modo, la actitud de Sócrates: “Porque, si es verdad que yo (...) he corrompido a la juventud, que yo he corrompido a algunos, entonces quienes ya han crecido y han concluido que les di malos ejemplos o malos consejos cuando eran jóvenes, tienen el derecho de dar un paso adelante y señalarme...” (Apología, según Platón).




El arzobispo William Keeler. Foto: Archivo



Lamento que tantas esperanzas y límpidos recuerdos nuestros se hayan quebrantado cuando descubrimos la doble vida del padre Maciel y su personalidad real. Si él fuera lo que en el inicio creímos de él, entonces le habríamos sido fieles en beneficio de muchas almas. Lo que yo lamento más personalmente es que él, líder a quien yo me había confiado como guía de mi crecimiento espiritual y de mi salvación, ha sido quien más ha dañado mi fe en la Iglesia.



Pero la milenaria dual naturaleza de la Iglesia Católica, que se mezcla con la Humanidad como encarnación de la salvación religiosa al mismo tiempo que se encierra selectivamente, cuando le es conveniente, en la ciudadela de su soberanía como Ciudad-Estado, le permite convertir, a su discreción, el “crimen” en “pecado”. Con este simple acto de transubstanciación conceptual, le quita a la gente su capacidad y derecho de buscar la justicia en su propio seno, a pesar de las muy aclamadas y predicadas virtudes del Derecho Canónico. Y, por esta transubstanciación, la Iglesia obtiene un enorme poder frente al hombre y la mujer comunes; y nosotros, ciudadanos de cualquier país al que pertenezcamos, quedamos disminuidos y salimos perdiendo proporcionalmente, pero ineludible e irremediablemente en nuestra vida.



Así, creyendo en los valores eternos de la Iglesia y a pesar de las repetidas proclamas de su Defensa de los Derechos Humanos, nosotros como católicos llegamos al siglo XXI aún bajo un sistema de Derecho Canónico desventajoso que en muchos aspectos vitales nos hace permanecer en el Medioevo. O ¿debemos adscribir la culpa no a su sistema legal sino a su injusto sentido de la discrecionalidad en la aplicación de sus leyes? ¿No niega y atenta contra la verdadera naturaleza de la Ley esta ruptura de la aplicación justa, universal e imparcial de la misma? Los gobiernos del mundo deberían revisar sus concordatos y acuerdos firmados supuestamente con la aquiescencia de la Iglesia mientras ésta rehúya confrontar los casos de impunidad criminal entre sus propias filas e instituciones.



Si ustedes, damas y caballeros, miembros del Comité de las Naciones Unidas de los Derechos Humanos de la Infancia y Juventud, investigaran tenaz y objetivamente, encontrarían lo siguiente: que el caso del Padre Marcial Maciel frente al Papa y la Santa Sede constituye una piedra de toque de la credibilidad en la buena fe de la Iglesia en temas relacionados con los problemas pandémicos del abuso sexual en sus rangos e instituciones.



Si ustedes, señoras y señores de este Comité, personas capaces y responsables, ahondaran más allá de las imágenes aparentemente carismáticas del Padre Marcial Maciel y de la Legión de Cristo, encontrarían, como en la novela de John Grisham titulada La empresa, que “la compañía, detrás de su cautivadora fachada, escondía una verdad horrenda”.



Gracias por su atención.

 

" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz

Benedicto XVI, los legionarios, su prueba de fuego

Bernardo Barranco V.

El futuro inmediato de la Legión de Cristo se antoja incierto. Según el comunicado del Vaticano publicado el 1º de mayo, el papa Benedicto XVI va tomar el control de la orden y a través de un delegado operará una profunda revisión”, redefinirá el carisma, modificará los estatutos y constituciones internas de la orden; transformará el ejercicio de autoridad y, por si fuera poco, le espera un proceso de purificación. Esto se llama cirugía mayor, refundación o redefinición de la congregación. Técnicamente, la legión creada como tal por Marcial Maciel, está a punto de dejar de existir. La transición será difícil, delicada y no exenta de conflictos; supone, en primer lugar, la remoción de los actuales líderes, quienes, en una supuesta nota “interna y reservada”, han querido exculparse de cualquier responsabilidad de los inmorales actos de su fundador, guía y maestro. Las medidas del Papa ante los escándalos mundiales de pedofilia crean resistencias y tensiones internas en una atmósfera crispada. Así debemos leer la postura del Papa en su viaje a Portugal, al declarar desde el avión que “ahora lo vemos de una manera realmente aterradora: la mayor persecución a la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, sino que nace del pecado de la Iglesia. Y la Iglesia tiene, por tanto, profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón pero también la necesidad de (ofrecer) justicia. El perdón no sustituye a la justicia”.

LA IGLESIA "HIPERSACRAMENTALIZADA"

TEOLOGÍA SIN CENSURA
Por José María Castillo

En la Iglesia, la "religión" le ha ganado la partida a la "misericordia", a la "profecía", a la "ética". Nuestra Iglesia padece de "hiper-religiosidad". Lo que, en concreto, quiere decir que padece de "hipersacramentalidad". Explico esto.
El prefijo griego hiper significa "exceso". Los ejemplos que pone el Diccionario de RAE son muy claros: HIPERtensión, HIPERmercado, HIPERclorhidria, términos que indican "superación ", "demasía" o "exceso". Pues bien, esto es lo que le pasa a la Iglesia y a casi todos los que seguimos en ella. ¿A qué va la gente a una iglesia? A misa, a un funeral, a una boda, a un bautizo, quizá a confesarse. ¿A rezar? Algunas personas mayores van también a eso. A no ser que se trate de una iglesia-monumento, como ocurre en no pocas catedrales. Pero en este caso, con frecuencia, hay que pagar para entrar, como se paga la entrada a un museo, a una exposición o cosas así. Antiguamente, cuando no había tele ni otras formas de distraerse, iba mucha gente a los sermones. Ahora, eso es más raro.
Pero, volviendo a los sacramentos, si se piensa despacio, lo que uno ve en las parroquias, es que la gran mayoría de la gente acude a ellas porque allí es donde se administran los sacramentos: bodas, bautizos, comuniones. También va mucha gente a los entierros, que en definitiva son una misa, "misa de difuntos". Y los domingos y "días de precepto", los que siguen fieles a eso, van a alguna iglesia a "cumplir con el precepto". Por supuesto, en las parroquias se organizan reuniones: de catequesis, de Cáritas, de tal cofradía... Pero también es cierto que muchas de esas reuniones giran en torno a los sacramentos: reuniones de preparación al bautismo, a la confirmación, al matrimonio... No es ningún disparate decir que, si en una parroquia se suprimieran los sacramentos, ¿no sería eso algo así como dejar al párroco y su parroquia en el paro? ¿No se quedaría aquello en una especie de vacío, sin saber qué hacer, ni el cura ni los feligreses?
La cosa está clara: la Iglesia se ha organizado de forma que se ha convertido en un HIPER de religiosidad sacramental. Y lo más notable es que todo esto se ha organizado así con el convencimiento de que así es como tiene que funcionar la Iglesia. Sin pararse a pensar en serio que Jesús no se dedicó a todo este montaje sacramental en el que la Iglesia ha puesto sus cinco sentidos. Y lo ha hecho así, basándose en una teología, que se da por segura y por indiscutible, cuando en realidad es sumamente discutible, como explicaré en días sucesivos.
De momento, sólo quiero fijarme en un punto, que me parece capital. Me refiero a que la práctica de los sacramentos, tal como está organizada, es UN INSTRUMENTO DE CONTROL Y DE PODER, que resulta sumamente eficaz para que el clero pueda imponerse y dominar a los laicos. No discuto ahora el valor sobrenatural de los sacramentos. Lo que digo es que los sacramentos están legislados y controlados (por la autoridad jerárquica) de forma que practicar los sacramentos equivale a someterse al clero. Porque es el clero el que los administra. Y los administra de manera que el cura puede negar el bautizo, la boda, la comunión... a quien considere (según las normas establecidas e interpretadas por el cura de turno) que no es digno, por ejemplo, de comulgar o de recibir la absolución de los pecados en un confesionario.
Este asunto es muy serio. Y en Roma lo toman así, muy en serio. La Curia Vaticana controla severamente a cada obispo para que en su diócesis se administren los sacramentos ajustándose escrupulosamente al ritual y a las normas. Cada obispo se preocupa de que cada cura sea obediente a lo prescrito en esta materia. Y cada sacerdote tiene sumo cuidado para que nadie le pueda llamar la atención en el sentido de que no dice la misa como hay que decirla o que hace cosas que se salen de las normas.
La consecuencia es que quien quiere seguir siendo católico, no tiene otra salida que aceptar este sistema, someterse a él sin protestar, y, para casos "especiales", buscarse un cura amigo, a ver si se atreve a que le den la comunión a un amigo homosexual, a un divorciado, a..., ¡cualquiera sabe!
En todo caso, es evidente que el control de la Iglesia en cuanto se refiere a los ritos sacramentales es mucho más riguroso que en cuanto afecta a la vida que llevan los curas, los frailes, las monjas; en tema de dinero, de ambiciones de poder y de trepar, etc, etc. ¡Qué pena da esta Iglesia! Con tanto HIPERsacramentalismo le va bien. Porque así tiene poder, conserva el poco poder que le queda. Y, de camino, gana dinero. Porque es un hecho que vivir como vivió Jesús, eso lo único que acarrea son problemas. Problemas con las autoridades, problemas con la gente de dinero, con mucha gente de derechas y con algunos de izquierdas también. Por eso, lo más seguro y lo más rentable es seguir con lo que estamos y como estamos. A ver lo que esto dura... ¿Hasta cuándo? Seguiremos con el tema. Porque aquí queda mucha tela que cortar.






" La paz es posible si tod@s asumimos las tareas responsablemente" Samuel Ruiz